El sol habitado

Por Paco Bellido, el 5 noviembre, 2018. Categoría(s): Historia ✎ 7

En Historia verdadera, el escritor griego de origen sirio Luciano de Samosata planteó la idea de que el Sol está habitado. El gran astrónomo William Herschel defendía en 1795 que el Sol, como el resto de los planetas, es un lugar adecuado para la vida.

 William Herschel fue, sin lugar a dudas, el astrónomo más destacado de finales del siglo XVIII y principios del XIX. A su habilidad en la fabricación de telescopios hay que añadir que fue el primer astrónomo en descubrir un planeta nuevo, además de ser pionero en el estudio y catalogación de nebulosas con la inestimable ayuda de su infatigable hermana Caroline.

Como muchos astrónomos de la época, Herschel estaba convencido de que otros planetas estaban habitados: La idea de la pluralidad de los mundos tiene dos milenios y medio, empezó con Tales de Mileto y continúa teniendo plena vigencia entre los astrobiólogos actuales. Para el descubridor de Urano, no tenía sentido que Dios se hubiera tomado el trabajo de crear los planetas si después no los llenaba de pobladores. En su visión, el Sol era un cuerpo sólido con dos capas de nubes encima. Una primera capa opaca protegía a los habitantes del Sol de la luz y del calor de la segunda capa ardiente que ocupaba la posición más alta de la atmósfera solar, una capa que imaginaba similar a las auroras polares en la Tierra aunque a una escala infinitamente mayor. La idea, no obstante, distaba de ser nueva. La naturaleza de las manchas solares había dado pie a numerosas especulaciones desde hacía décadas. Alexander Wilson, profesor de la Universidad de Glasgow y conocido por el efecto que lleva su nombre, había observado en 1774 que las manchas solares son una depresión de la superficie solar, lo que le llevó a pensar que debajo de las manchas se ocultaba una superficie sólida.

Herschel, firme partidario de la doctrina de la pluralidad de mundos habitados, había advertido en 1795 que algunos cúmulos estelares estaban tan apretados que hacían posible la vida. A no ser, claro, que las propias estrellas albergaran vida en su interior.

Diagrama de las manchas solares de William Herschel (Herschel, 1801: Lámina XVIII; Crédito: University of Notre Dame Library)

Como se puede ver en la ilustración, dibujada por su propia mano, para Herschel las manchas solares eran agujeros en las nubes abrasadoras del Sol que permitían ver el un mundo templado y habitable que se escondía debajo. En On the Nature and Construction of the Sun, el astrónomo expone sus ideas sobre el Sol:

El Sol… no parece ser otra cosa que un planeta muy destacado, grande y luminoso, evidentemente el primero o, hablando estrictamente, el único principal de nuestro sistema; siendo todos los demás secundarios al mismo. Su similitud con otros globos del Sistema Solar en relación a su solidez, su atmósfera y su superficie diversa; la rotación sobre su eje y la caída de cuerpos pesados nos lleva a suponer que muy probablemente también esté habitado, como el resto de los planetas, por seres cuyos órganos se encuentren adaptados a las circunstancias peculiares de este vasto globo.

Con independencia de lo que puedan decir los imaginativos poetas, que convierten al Sol en la morada de espíritus bendecidos o de la idea de los moralistas que lo señalan como un lugar adecuado para el castigo de los malvados, no parece que sus afirmaciones tengan más fundamento que la mera opinión y una vaga suposición; sin embargo, por mi parte me creo autorizado, sobre principios astronómicos, a proponer que el Sol es un mundo habitable….

 La idea de Herschel no resultaba muy creíble, aunque realmente no entraba en contradicción con los conocimientos científicos de la época. Otros defensores de la habitabilidad del Sol fueron científicos de la talla de François Arago, director del Observatorio de París, y del físico escocés David Brewster.

La idea, por peregrina que pueda resultarnos ahora, llegó a tratarse en los tribunales alemanes a mediados del siglo pasado. En 1951, un ingeniero septuagenario de la ciudad alemana de Osnabrück (Baja Sajonia) llamado G. Büren declaró frente a un tribunal que “Las manchas solares no son manchas, sino agujeros. Son oscuras, lo que significa que el interior del Sol es más frío que su exterior. Siendo esto así, debe existir vegetación y el núcleo del sol debe ser habitable”.  El reclamante era una asociación astronómica, la Astronomische Gesellschaft (A. G.) a la que pertenecían casi todos los astrónomos profesionales de Alemania y muchos otros del extranjero.

Büren era un astrónomo aficionado de sillón, sus vecinos aseguraron en el juicio que nunca había mirado por un telescopio. Según su propio relato, todo empezó a raíz de haber leído una estimación del interior de la temperatura del Sol. Según Sir Arthur Eddington el valor debía rondar los 40 millones de grados, para Büren esto era tan disparatado que dio una conferencia sobre la cuestión a los alumnos de la Escuela Superior de su ciudad. La conferencia, lejos de fomentar el debate y suscitar una respuesta por parte de la comunidad científica, pasó sin pena ni gloria. Así que Büren adoptó un plan mucho más audaz, ofreció un premio de 25.000 marcos (el equivalente a unos 50.000 euros en la actualidad) a quien fuera capaz de aportar pruebas de que el Sol no es habitable y una suma similar a quien pudiera demostrar las altas temperaturas y presiones que los astrónomos aseguraban que existían en el interior del Sol y de Sirio.

Esta vez la Astronomische Gesellschaft no dejó escapar la ocasión y tres destacados miembros de la asociación, el profesor Otto Heckmann de Hamburgo; el profesor Ludwig Biermann de Gotinga y el profesor Hans Siedentopf de Tubinga, presentaron pruebas que demostraban a todas luces que la habitabilidad del Sol era una insensatez. Sin embargo, no se pronunciaron respecto a la segunda cuestión, la de las temperaturas y presiones.

Se nombró a un jurado formado por tres científicos respetados que, obviamente, no debían ser miembros de la Astronomische Gesellschaft: el premio Nobel de física Werner Heisenberg, padre del famoso principio de incertidumbre; el astrofísico Schäfer de Colonia y un abogado de Hamburgo, llamado Fischer.

El jurado se reunió en Hanóver en septiembre de 1951 y estimó que las pruebas aportadas por la Astronomische Gesellschaft eran válidas y que Büren tenía que pagar. Pero el ingeniero rechazó el veredicto aduciendo que las pruebas aportadas no le resultaban convincentes.

Por extraño que parezca, el asunto acabó en los tribunales en Osnabrück, que confirmaron el veredicto del comité científico. Büren recurrió en segunda instancia en Oldenburg y en junio de 1953 se rechazó su apelación y se estableció la obligación de hacer frente al pago de los 25.000 marcos. La sala de vistas estaba abarrotada, Büren no podía ocultar su tensión e intentó discutir sobre la materia, pero el presidente del tribunal se lo impidió asegurando que lo que se estaba dirimiendo era su obligación a pagar o no. Las causas científicas ya se habían establecido en primera instancia y no cabía recurso.

Aunque el abogado de Büren intentó recurrir a una instancia superior en Karlsruhe, la muerte de su cliente en 1954 hizo que no se llevara a cabo. En 1956 la Astronomische Gesellschaft recibió el dinero de la herencia, del que un 7% se había quedado por el camino para el pago de costas y otros procedimientos legales. La asociación creó un fondo para el fomento de la astronomía, especialmente entre los jóvenes y, de este modo, el nombre de Büren ha pasado a la historia por convertirse en mecenas de la ciencia a pesar de sí mismo.



7 Comentarios

  1. Ya Giordano Bruno lo proponía en Sobre el infinito Universo y los mundos «Diálogo Tercero» y lo argumentaba así:

    ELPINO– ¿Sostenéis que los mundos ígneos están tan habitados como los acuosos?
    FILOTEO– Ni más ni menos.
    ELPINO– ¿Pero qué animales pueden vivir en el fuego?
    FILOTEO– No debéis imaginar que (dichos mundos) sean cuerpos de partes semejantes, porque no serían mundos sino masas vacías, inútiles y estériles. Pero resulta conveniente y natural que tengan diversidad de partes, como ésta y otras tierras tienen diversidad en sus propios miembros, aun cuando éstas sean visibles como aguas brillantes y aquellos como luminosas llamas.

    […] así como en este cuerpo frigidísimo, y ante todo frío y opaco, hay animales que viven por el calor y la luz del sol, así en aquél muy cálido y brillante los hay que subsisten por la refrigeración de los fríos circundantes, y así como este cuerpo es, por cierta participación, caliente en sus partes disímiles, de igual modo aquél es frío, según cierta participación en las suyas.

    1. La idea de la pluralidad de los mundos habitados, a fin de cuentas, se resume en que no es lógico que dios se tome la molestia de crear otros mundos si no es para poblarlos de criaturas que lo adoren. Y, por ello, parecía razonable que incluso los cuerpos ígneos estuvieran habitados.

  2. En el mundo de la fantasía cabe todo y es apor ello que resulte muy complicado rebatir ciertas propuestas esotéricas.La Ciencia es extricta y tal vez por ello sea víctima de la especulación porque el método científico no puede expecular aunque la realidad se impone tras la experimentación sistemática de los fenomenos

  3. Buren pudo haber ganado el caso si hubiese explicado que debido a que el interior del sol posee una enorme masa que es combustible y comburente,y en ella pueden alojarse seres muy tecnologicamente avanzados.El agua es combustible al descomponerse y ya vemos que vivimos en ella.

  4. Y luego están las especulaciones de relatos de ciencia ficción («El Mundo al Final del Tiempo» de Frederik Pohl), la saga Xeelee de Stephen Baxter…), donde hay vida en las estrellas, adaptadas a las condiciones allí presentes.

  5. La vida y la evolución de la Tierra, sobre todo la de los organismos grandes que viven en su superficie, dependen tanto de la estabilidad del Sol durante cientos de millones de años, que a veces siento la sospecha de que algún ser vivo, quizá una forma de vida adecuada a las condiciones internas de nuestra estrella, controla que la actividad solar se mantenga entre unos límites, y que eso favorece la vida terrestre. Sé que esta idea no corresponde a una forma científica de pensar y me lo tomo como entretenimiento, pero consuela saber que incluso grandes científicos hayan creido que había vida en el Sol.

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Por Paco Bellido, publicado el 5 noviembre, 2018
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