En el siglo XVII se produjo un renovado interés por la ciencia que coincidió con un notable aumento de las observaciones de auroras boreales en latitudes medias. Esta coincidencia no supuso, sin embargo, un mayor afán por explicar la naturaleza del fenómeno con rigor científico.
La aurora ha estado presente en los cielos árticos desde la Prehistoria, pero estas regiones deshabitadas siempre han estado demasiado alejadas de los grandes centros del pensamiento occidental. Esto explica que la aurora boreal haya sido el fenómeno natural más olvidado por los filósofos antiguos.
Quizás la primera crónica detallada de una aurora boreal en castellano sea obra del doctor Reyes de Castro, un médico afincado en Montilla (Córdoba), que el diecisiete de noviembre de 1605 fue testigo de un hecho insólito en Andalucía. En Pronosticación de las grandes señales que aparecieron en el cielo el jueves a las seis de la noche, día de los gloriosos mártires Acisclo y Victoria, patrones de Córdoba, a diez y siete de noviembre de mil y seiscientos y cinco años, un pliego de cordel de ocho páginas publicado en Córdoba, el autor explica que “En la parte diestra del Septentrión […] se comenzó a mostrar un vapor inflamado con mucha bermejura y rubor y puntas al parecer de llamas, a manera de una columna muy gruesa”.
Tras la descripción, el doctor Reyes de Castro se aventura a dar una explicación inspirada en Aristóteles como si se tratara de una exhalación de la tierra provocada por el Sol y el ambiente frío. Según el autor, estas manifestaciones son dañinas para la salud de los seres vivos y presagian sucesos raros y castigos del cielo. Llama la atención que un hombre de cierta formación mantenga una posición tan supersticiosa frente a este fenómeno natural.
Para buscar la causa de la aparición de la aurora, el doctor echa mano de la astrología “Este jueves tuvo el Sol un ardiente calor por estar el aire notablemente alterado con el ocaso crónico (sic) de las Cabrillas y Híades, y del pie siniestro del Orión, y con el ocaso cósmico del corazón del Escorpión, que todo fue causa para que hubiese grande copia de exhalaciones a la parte occidental y del norte, y que levantándose en el aire produjesen aquella tal columna y torre inflamada a quien su mismo movimiento encendía e inflamaba, lo cual le dejaba entender así porque la basa y fundamento era blanca y como se iba levantando crecía el color y encendimiento”.
La visión de una aurora de color rojo es la peor de todas las posibles “[…] señalan generalmente algún grave suceso que viene o que está ya presente, pocas veces bueno y las más veces malo, […] la presente que hemos visto de color y figura de la sangre es según el mismo Plinio espectáculo terrible y el de mayor temor para los hombres”. En efecto, en la Historia Natural de Plinio las auroras son “llamas de aspecto sangriento que caen sobre la tierra”. Según Reyes de Castro fue la aurora la que presagió la aparición de la peste en Constantinopla, la llegada de Mahoma, la aparición de cometas, la muerte de príncipes y “otros graves y lastimosos sucesos”. El pliego acaba con toda una serie de dolencias físicas que son de esperar en los próximos días por el efecto pernicioso de las luces aparecidas en el cielo.
Al año siguiente, tras el avistamiento de una aurora en Francia, el Mercure Françoise, considerada la primera revista del país galo, publicaba una impresión menos amenazante: “En marzo y septiembre aparecieron algunos meteoros y signos en el cielo y todos los médicos están de acuerdo en que no traen nada bueno, ni malo”. Un paso más hacia la racionalidad, aunque para demostrar la verdadera causa de las auroras habría que esperar hasta bien entrado el siglo XX.
Da un poco de risa leer las enfermedades que puede causar una aurora (o el cometa que el Dr. parece creer que anuncia): prácticamente se puede sufrir de todo desde la cabeza hasta los pies. Más allá de los obvios errores de imprenta: «nocoe», «conoreciones», «plinio» cuesta mucho leer de un tirón con una ortografía antigua especialmente abstrusa.
Me quedaron dudas con tres palabras: «acongentural» ¿conjetural?, «mistos» (puede ser mixtos, pero no entiendo qué significa en el contexto, aparentemente está usado como sustantivo y no como adjetivo) y «hafma» o «hasma», me cuesta distinguir si se usó una f o una ſ. Si alguien sabe, por favor me lo comenta.
El adjetivo conjetural (lo que está fundado en conjeturas) aparece más de una vez en el texto, la primera aparición parece que incluye un error tipográfico. El pliego de cordel está plagado de errores, eran ediciones muy baratas y, como puede verse, descuidadas.
Para leer texto antiguos puede ser útil recurrir al diccionario de Covarrubias, disponible en la web de la RAE. Según esta fuente «Mixto: Usado como sustantivo vale el compuesto de diversos elementos: y se llama así a distinción de los mismos elementos».
Respecto a la última entiendo que se refiere a «chasmas», con error ortográfico incluido. En algunos listados de meteoros de la época, por ejemplo en Astros, humores y cometas: Las obras de Juan Jerónimo Navarro, Joan de Figueroa y Francisco Ruiz Lozano (Lima, 1645-1665) se hace referencia a los distintos meteoros: Faces, Lámparas, Vigas, estrellas volantes, Chasmas. He encontrado el término en varios libros de cometas de la época, parece referirse a meteoritos o, más bien, a las huellas que dejan los meteoros al caer (del griego χάσμα).
Muchas gracias por la respuesta. Jamás hubiera adivinado por mí mismo la palabra «chasma» de no ser porque obviamente sos un experto en textos antiguos. Estuve ojeando el diccionario de Covarrubias y justamente no está chasma. El esforzado lexicógrafo pasa de charlatán a chatón. De todas maneras muy agradecido por indicarme que estaba en línea este recurso, me va a servir para la próxima que tenga que lidiar con estas bonituras del pasado. Un saludo y espero que sigas subiendo cosas interesantes por muchos años más. No puedo decir que no me instruya leyendo tus aportes. Hasta la próxima.
Muchas gracias, Luciano. Un abrazo