Hasta el 10 de septiembre de 2023 se puede ver en la Liebieghaus de Fráncfort del Meno una interesante exposición titulada «Maschinenraum der Götter» (La sala de máquina de los dioses) que ofrece una mirada muy particular al vínculo entre arte y técnica que abarca un período de más de cinco milenios. En la muestra se pueden ver 97 piezas procedentes de numerosos museos internacionales. Entre ellos el Museo Archeologico Nazionale de Nápoles, The Metropolitan Museum of Art de Nueva York, los Musei Capitolini de Roma o el Kunsthistorisches Museum de Viena. Además se exponen numerosas piezas de la propia colección de esculturas de la Liebieghaus Skulturensammlung.
El pensamiento científico dio sus primeros pasos a partir de la observación del cielo. Los movimientos de los planetas y las estrellas sirvieron de modelo para el desarrollo de la mecánica artificial. Además, la tecnología formaba parte integrante de las narraciones mitológicas y se transmitió a través de las obras de los artistas antiguos.
Con la ayuda de medios modernos, pero también de préstamos de destacadas obras de arte, la exposición muestra estos espectaculares hallazgos en sus salas. Como explica Vinzenz Brinkmann, comisario de la exposición, el objetivo es arrojar luz sobre diversas culturas, así como sobre distintas áreas de la ciencia y la importancia que han tenido para el arte.
Ya en el tercer milenio antes de nuestra era se llevaban a cabo programas de investigación científica muy concienzudos. Los vastos y espléndidos proyectos de construcción de Egipto y Mesopotamia requerían investigaciones en campos tales como la química, a fin satisfacer la creciente demanda de materiales refinados. También necesitaban desarrollar instrumentos de medición fiables para garantizar la precisión en la construcción.
Para este último fin, pero también para medir el tiempo y predecir el futuro, era indispensable investigar a fondo la mecánica celeste. Y, en última instancia, los estudios del cielo dieron lugar a descubrimientos fundamentales en matemáticas y geometría. A primera vista, el panel redondo con escritura cuneiforme que se expone en la primera sala no parece nada del otro mundo. Pero demuestra que los humanos ya conocían el teorema de Pitágoras ¡hace cuatro mil años!
Los poetas griegos adoptaron muchos de los avances conseguidos en Egipto y Mesopotamia e incluyeron descripciones de alta tecnología ficticia en los mitos. Ya en el siglo VII o VI a.C., Homero, autor de la Ilíada y la Odisea, hablaba de robots dorados dotados de inteligencia artificial que trabajaban al servicio de los dioses. Hefesto, el prodigioso dios griego de la fragua, y su ingenioso hijo Dédalo fueron los inventores de toda una serie de aparatos: las fuentes escritas antiguas hablan de cohetes espaciales, aeronaves, robots, autómatas y armas de alta tecnología.
Incluso se supone que el Titán griego Prometeo creó al hombre como una máquina. Habría que esperar hasta las concepciones romanas y cristianas posteriores para que arraigara la idea de que fue Dios quien insufló vida al primer hombre fabricado a partir del barro. Fue entonces cuando se reinterpretó el proceso de producción tecnológica como un acto espiritual de creación.
Herón de Alejandría, autor de tratados como La neumática (πνευματικά), en la que estudia la hidráulica, y Los autómatas (Αυτοματοποιητική), el primer libro de robótica de la historia, fue un ingenioso inventor. En la tercera sala encontramos otra sorpresa. Dos antiguas figuras de bronce que muestran a un niño pequeño en dos fases del movimiento para atrapar una perdiz. Todo apunta a que se trata de un precursor del zoótropo. Datan del siglo I a.C. o I d.C., es decir, durante la época en la que vivió Herón.
En la concepción de los antiguos, el mundo estaba formado por la Tierra, los planetas y las estrellas fijas. Pensaban que cada cuerpo celeste estaba unido a su propia envoltura esférica transparente y giraba alrededor de la Tierra inmóvil. Los astrónomos Aristarco de Samos (310- 230 a.C.) y Seleuco de Babilonia (s. II a.C.) preferían una visión heliocéntrica del mundo e insistían en que las estrellas fijas estaban situadas a grandes distancias de la Tierra. Sin embargo, no pudieron imponer su opinión sobre la noción geocéntrica que se había transmitido durante miles de años.
El genial Arquímedes de Siracusa (ca. 287-ca. 212 a.C.) consiguió construir una maqueta funcional del mundo. Este aparato, denominado » σφαίρα » (esfera en griego), se accionaba mediante pesas o energía hidráulica y mostraba las posiciones de los planetas y las estrellas fijas desde la perspectiva terrestre en un momento dado.
Como explicábamos en El horologion de Andrónico de Cirro, se ha propuesto que la famosa Torre de los Vientos ateniense albergaba una gran esfera armilar que funcionaba con energía hidráulica.
La estatua de mármol conocida como el Atlas Farnesio es una copia romana de una escultura griega de bronce. El globo celeste que el gigante sujeta sobre su espalda muestra cuarenta y una constelaciones, incluidos los doce signos del zodiaco.
¿Es posible que el Atlas de bronce original llevara una esfera armilar móvil sobre sus hombros y estuviera montado en la Torre de los Vientos? Así parecen indicarlo los huecos para rodamientos en una depresión circular en el suelo de la torre. Sosteniendo el cielo de estrellas fijas en sus manos, Atlas habría girado alrededor de su propio eje una vez al día, como también describe Aristóteles.
El descubrimiento del llamado mecanismo de Anticitera supuso toda una revolución en nuestro entendimiento del nivel de la técnica griega. Hace ciento veinte años, unos buceadores que buscaban esponjas encontraron varios trozos de bronce oxidado en un antiguo pecio griego. Las numerosas investigaciones llevadas a cabo desde entonces han sacado a la luz la naturaleza del hallazgo: se trata del complejísimo engranaje de un instrumento astronómico.
En los últimos años, el equipo de investigadores que colabora con Tony Freeth ha logrado resolver los principales enigmas que rodean a esta maravilla y aclarar sus asombrosas funciones. Este extraordinario logro se debe en gran parte a un tomógrafo computerizado con una fuente de radiación inusualmente potente, encargado por el equipo especialmente para este fin. En la exposición se dedican varias salas a explicar el intrincado mecanismo del aparato.
La filosofía antigua y las ciencias de milenios pasados experimentaron su primer renacimiento mucho antes del llamado Renacimiento italiano del siglo XV. No en vano se denomina «Edad de Oro del Islam» al periodo comprendido entre los siglos VIII y XIII. En esta fase de gran importancia para el desarrollo de las ciencias, en Córdoba y Toledo se tradujeron escritos antiguos de los griegos, lo que permitió acceder a los conocimientos de la Antigüedad. Científicos de diversas etnias enseñaron e investigaron en Bagdad y otros centros del mundo árabe-islámico y sus estudios tuvieron una importancia capital en el desarrollo posterior de la ciencia.
Se construyeron grandes observatorios en Bagdad, Maragheh, Ray (antigua Teherán) y Samarcanda con el objetivo de estudiar y documentar la mecánica celeste durante largos periodos de tiempo. Gracias a las enormes dimensiones de las escalas de medición, los estudiosos consiguieron calcular con gran precisión los ciclos de rotación de los cuerpos celestes, pero también irregularidades mínimas como el ligero desplazamiento axial de la Tierra provocado por la precesión y que dura casi 26.000 años.
La investigación, la tecnología y el arte requieren instrumentos de medición precisos. En la cultura árabe se alcanzó un grado de exactitud que solo se ha podido superar en los últimos doscientos años. Además, el seguimiento a largo plazo de los movimientos estelares en los observatorios árabes proporcionó la base de datos para las observaciones posteriores de la mecánica del espacio exterior. Nicolás Copérnico (1473-1543), por ejemplo, se basó en parte en los catálogos estelares árabes y persas.
Un famoso instrumento llamado astrolabio (del griego αστρολάβος, literalmente «buscador de estrellas») representa la representa la proyección de todo el globo celeste sobre una superficie plana del tamaño de una mano. Al fijar la vista en una estrella conocida, el instrumento puede utilizarse para saber la hora. A la inversa, si se conoce la hora, permite identificar las estrellas importantes. Se dice que el astrónomo griego Hiparco construyó hacia el año 130 a.C. un precursor de este dispositivo de precisión. El aparato es básicamente la proyección estereográfica de la esfera armilar en un plano.
No podían faltar salas dedicadas a los avances realizados en China o la India, así como en Europa durante la época del Renacimiento. La invención del telescopio en los Países Bajos y su aplicación a la Astronomía gracias a la curiosidad de Galileo Galilei permitieron que el conocimiento del Universo diera sus primeros pasos de gigante.
Para hacerse una idea del contenido de la muestra merece la pena ver el vídeo activando los subtítulos y seleccionando la opción de traducción.
El catálogo de la exposición (296 páginas), disponible en alemán e inglés, está publicado por la Deutsche Kunstverlag e incluye 18 artículos de especialistas que abordan las últimas investigaciones sobre ciencia y tecnología en el mito y el arte desde la Antigüedad hasta la edad de oro de la cultura árabe-islámica. Se arroja luz sobre los primeros registros precisos de acontecimientos astronómicos, así como sobre la tecnología de los autómatas y la escultura cinética.
La Liebieghaus se construyó en 1896, en estilo palaciego historicista, como residencia del barón Heinrich von Liebieg (1839-1904), un fabricante textil checo. En 1908 la ciudad de Fráncfort adquirió la villa para exponer su colección de escultura. El museo incluye escultura antigua griega, romana y egipcia, así como piezas medievales, barrocas, renacentistas y clasicistas, además de obras procedentes del Lejano Oriente. La colección se formó en su mayor parte gracias a donaciones y compras internacionales, y tiene un alcance universal, sin ningún vínculo particular con el arte o la historia de Fráncfort.
En la fachada orientada al suroeste destaca un precioso reloj de sol declinante con la divisa Nicht immer aber richtig (No siempre, pero correcto), es decir que el reloj no funciona a todas horas (solo cuando luce el sol) pero siempre lo hace correctamente.
Vicente Pascual:
O deja uno de asombrarse de ti. Paco
Gracias por mostrar está extraordinaria exposición.
Como siempre un artículo maravilloso, gracias por traernos está exposición.
Este verano tenía prevista una ruta por el sur de Alemania. Muchas gracias por el tip, voy a cambiar el recorrido para no perdérmela.