Los obeliscos astronómicos de Roma

Por Paco Bellido, el 21 marzo, 2023. Categoría(s): Arte • Destinos astronómicos • General • Historia ✎ 2

En la plaza de San Pedro de Roma destaca el gran obelisco llegado a la Ciudad Eterna en época del emperador Calígula y convertido en meridiana astronómica a principios de siglo XIX

Los egipcios levantaron una gran cantidad de obeliscos en honor al dios solar Ra, estas colosales columnas han ejercido una innegable fascinación. En distintas épocas muchos de ellos acabaron instalados a muchos kilómetros de su emplazamiento original. Se pueden encontrar obeliscos egipcios en lugares tan distantes como Estambul, París, Londres o Nueva York, pero es en Roma donde se encuentra la mayor concentración: trece en total.

El término obelisco procede del griego ὀβελίσκος (obeliskos) y es un diminutivo irónico del término ὀβελός (obelos) que significa pincho, así que etimológicamente se trata de pinchitos. Los obeliscos solían estar rematados por una pirámide de cuatro caras revestida habitualmente de oro o de electro, una aleación formada por cuatro partes de oro y una de plata. Se colocaban por parejas a la entrada de los templos para proclamar el poder del faraón. En los cuatro lados del obelisco se inscribían todos los títulos honoríficos del mandatario.

En pleno centro geométrico de la Plaza de San Pedro, justo delante de la basílica homónima, se alza un obelisco erigido en la época de César Augusto en la ciudad egipcia de Heliópolis y posteriormente instalado en Alejandría. Llama la atención que no tiene ninguna inscripción jeroglífica, por lo que se plantea la duda de si el faraón murió antes de acabarlo o si fue encargado por un extranjero. El obelisco fue trasladado a Roma en el año 40, según cuenta Plinio el Viejo. Para su traslado se diseñó una embarcación especial movida por la fuerza de cientos de remeros situados a tres niveles. Para asegurar la preciada carga es muy probable que se usaran varios miles de sacos de grano. Tras cruzar el Mediterráneo, el barco quedó expuesto para que toda Roma se maravillara de la hazaña.

El obelisco de la Plaza de San Pedro. Foto: Paco Bellido

Una vez en Roma el monolito se instaló en el centro de la espina del circo de Nerón, ubicado en la colina Vaticana. El obelisco esta tallado en un bloque único de granito rosa de 25,4 metros de altura. En la actualidad, si sumamos el basamento y la cruz que lo corona, alcanza los 40 metros de altura. Es el único obelisco de Roma que nunca se ha caído a causa de los terremotos.

En 1585, entre las numerosas reformas que se llevaban a cabo en la ciudad, el papa Sixto V encargó a una comisión el estudio del traslado del obelisco a la nueva plaza de San Pedro. El interés del papa era lógico: el obelisco había sido testigo del martirio de San Pedro, primer papa y fundador de la iglesia católica. San Pedro había sido crucificado boca abajo en el circo de Nerón por orden del emperador en el año 67 de nuestra era. El traslado suponía desplazar el obelisco algo más de 200 metros, una tarea muy compleja que planteaba todo un reto técnico. En septiembre de 1585 se congregaron en Roma más de 150 arquitectos e ingenieros, algunos llegados de lugares tan distantes como Grecia, para dar a conocer sus planes. Se plantearon ideas de todo tipo, algunas realmente rocambolescas que habrían supuesto seguramente la destrucción del monolito.

Ubicación original del obelisco en el Circo de Nerón y posición actual en la Plaza de San Pedro.

Domenico Fontana, arquitecto de Sixto V, ganó el concurso gracias a una ingeniosa solución. Presentó un modelo en miniatura del andamiaje que pretendía construir con un obelisco a escala fundido en plomo. El plan se basaba en unos cálculos muy detallados del peso del obelisco y de las resistencias de los materiales con los que aspiraba a realizar el traslado. El comité encargado de la obra quedó impresionado con el proyecto de Fontana, todo un logro para un arquitecto de solo 42 años.

Una vez en marcha el plan, Fontana fabrica un enorme armazón que recubrirá el obelisco protegiéndolo con tablones de madera y paja. Se fabricaron poleas, tornillos, herrajes y enormes cuerdas de cáñamo exprofeso para la labor, además de utilizar ingentes cantidades de madera de roble. El proyecto requería sacar el obelisco de su posición, tenderlo, transportarlo y volver a levantarlo en la ubicación final. La erección del obelisco en su emplazamiento actual fue toda una obra de ingeniería en la que colaboraron 907 obreros, 75 caballos y 40 cabestrantes.

Dos horas antes del amanecer todos los trabajadores implicados en el proyecto comulgaron tras oír misa. La zona estaba repleta de curiosos que no querían perderse el espectáculo, entre ellos numerosos cardenales, duques y príncipes. Antes de iniciar el trabajo, Fontana solicitó al público presente que se arrodillara y rezara una oración por el éxito de la empresa. Del 30 de abril al 26 de septiembre de 1586, fecha de su consagración, el obelisco se extrajo de su emplazamiento anterior y se fue trasladando a la plaza de San Pedro con extremo cuidado. Allí se colocó sobre un pedestal. Desde el circo de Nerón a la plaza de San Pedro el camino era descendente, por lo que Fontana optó por crear una rampa de tierra apuntalada por troncos para que el trayecto fuese horizontal. De este modo, al llegar a la posición final resultaría más fácil poner en pie el monolito al contar con la ventaja de la altura de la rampa.

En la obra se empleó un sencillo sistema de señalización: cuando sonaba una trompeta, los operarios tiraban de las cuerdas. Si sonaba una campana, tenían que dejar de tirar. Las órdenes del papa eran claras, Sixto V no admitía errores. Hablar durante las tareas de levantamiento del monolito estaba absolutamente prohibido, bajo pena de muerte. Cuenta la tradición que, en un momento determinado en que los cabestrantes se habían atascado y los caballos no eran capaces de tirar más, el marinero Benedetto Bresca di Bordighera gritó “¡Agua a las cuerdas!” y el arquitecto Fontana se apresuró a hacer caso del consejo. Esto consiguió reducir la enorme fricción que provocaban las 322 toneladas de granito sobre las sogas de cáñamo.

El marinero fue arrestado de inmediato por desobedecer la orden de guardar silencio, pero el pontífice en lugar de ejecutarlo premió su ingenio. Bresca obtuvo el privilegio para Sanremo, su ciudad natal, de proporcionar a la basílica de San Pedro las ramas de olivo para las celebraciones la Semana Santa, una tradición que se conserva a día de hoy. Este relato, sin embargo, no es más que una leyenda. De hecho, la misma historia aparece en una carta de 1555, treinta años antes del traslado del obelisco, referida a otra construcción. No se conserva ningún relato contemporáneo de la historia, algo sorprendente dado que la anécdota habría sido digna de mención.

Un grabado de la época con el armazón ideado por Domenico Fontana. Fuente: Della Trasportatione dell’Obelisco Vaticano et delle Fabriche di Nostro Signore Papa Sisto V fatte dal Cavallier Domenico Fontana Architetto di sua Santita Libro Primo

Se dice que al ver el obelisco ya montado, el papa exclamó emocionado «Lo que era pagano es ahora emblema del cristianismo». La mañana del 26 de septiembre de 1586, el obispo Ferratini celebró una misa y dirigió una procesión con más de tres docenas de cardenales, obispos y otros dignatarios por la calzada de tierra del obelisco hasta un altar que se había montado. El obelisco era un monumento pagano que podía albergar fuerzas malévolas, por tanto se hacía necesario purificarlo.

En el ritual de exorcismo se usaron agua bendita e hisopo para las aspersiones litúrgicas. El obispo hizo la señal de la cruz en los cuatro lados del obelisco con un cuchillo bendecido. Posteriormente se colocó una cruz dorada en el pináculo del monolito. En la base el papa hizo grabar una fórmula de exorcismo: «ECCE CRUX DOMINI – FVGITE – PARTES ADVERSAE – VICIT LEO DE TRIBV IVDA» que, traducida del latín, reza «Esta es la cruz del Señor. Huid, adversarios. Triunfa el león de la tribu de Judá».

Detalle de la fórmula de exorcismo grabada sobre el pedestal del monolito. Foto: Paco Bellido

El monolito, como es habitual en Roma, está envuelto en la leyenda. Muchos romanos estaban convencidos de que el globo de bronce que remataba originalmente el pináculo, y que actualmente se conserva en los Museos Capitolinos, contenía las cenizas de Julio César o de San Pedro. En realidad era un globo macizo que no podía contener nada en su interior, lo que sí se pueden apreciar son varias marcas de proyectiles. No hay duda de que el globo resultó ser un blanco perfecto para que los soldados probaran su puntería. También se creía que la cruz de bronce mandada instalar por el papa Sixto V guardaba varias reliquias. En época de este papa, tras la erección de la columna en su nuevo emplazamiento, recibían quince años de indulgencia quienes rezaran un padrenuestro y un avemaría frente al obelisco. Esto dio lugar a que la gente especulara con que había una reliquia de la Vera Cruz en el remate de bronce que coronaba el obelisco. Durante los trabajos de restauración no se encontró ninguna reliquia. No obstante, en 1740 sí que se colocó finalmente una reliquia de la Vera Cruz que se conservaba en el Vaticano.

La bola que coronaba el obelisco vaticano, actualmente en los Museos Capitolinos de Roma. Foto: Paco Bellido

Tras el éxito, Fontana fue nombrado Caballero de la Espuela de Oro, una orden de caballería papal que se otorga a quienes han contribuido a la gloria de la Iglesia, ya sea por hazañas de armas, escritos u otros actos ilustres. Antes que él, los artistas Rafael y Tiziano habían sido nombrados caballeros de esta orden y un par de siglos después se le concedería a un joven compositor de catorce años llamado Wolfgang Amadeus Mozart.

El proyecto de una plaza astronómica

En 1675 llegó a Roma el holandés Cornelis Meijer, un ingeniero que trabajó con varios papas en la canalización del río Tíber para evitar las inundaciones en la vía Flaminia y, posteriormente, para mejorar la navegación. Otro de sus proyectos fue aprovechar los obeliscos que había repartidos por la ciudad para convertirlos en relojes de sol. Propuso instalar un monolito en la Piazza Monte Cavallo, actual plaza del Quirinal, con dos enormes globos en la base, uno terrestre y otro celeste que se moverían mediante un mecanismo de relojería. Asimismo, para la plaza de San Pedro que ya tenía instalado su obelisco, planteó una decoración con seis elementos: dos modelos esquemáticos del sistema geocéntrico de Ptolomeo y del sistema híbrido de Tycho, dos planisferios celestes con las constelaciones del norte y el sur y dos planisferios terrestres con Europa y Asia por un lado y América por el otro.

El proyecto de plaza astronómica de Cornelis Meijer. L’arte di restituire à Roma la tralasciata nauigatione del suo Teuere (1685)

En los escalones tenía previsto marcar las fechas de todos los cometas aparecidos en los cielos desde el nacimiento de Cristo.  Los planes de Meijer no llegaron a materializarse, pero unos años después el jesuita Filippo Luigi Gilii (1756-1821) retomó la idea de aprovechar el obelisco vaticano con fines astronómicos.

La meridiana astronómica del Vaticano

Gilii, originario de Tarquinia, se instaló en Roma con la idea de llevar una vida civil, pero la muerte de su prometida le hizo abrazar la vida sacerdotal. Pasó prácticamente toda su vida en el Vaticano donde fue nombrado camarero de honor de Pío VII. Instaló un observatorio meteorológico en la Torre de los Vientos, donde medía la presión atmosférica dos veces al día, a las 6 de la mañana y a las 2 de la tarde.

El padre Gilii también fue el responsable de inscribir en el pavimento de la basílica de San Pedro las longitudes de los mayores templos de la cristiandad. A partir de 1800 fue director del Observatorio Vaticano durante veintiún años. Aunque su labor más destacada se desarrolló en los campos de la meteorología y la botánica, observó todos los eclipses lunares y solares de la época, así como cometas, dos pasos de Mercurio sobre el disco solar en 1799 y 1802, las lunas de Júpiter. Sus cuadernos de observación se conservan en el Vaticano. Gilii instaló pararrayos, inventados por Benjamin Franklin en 1752, en numerosas iglesias de Roma y también en la basílica de San Pedro. También diseño numerosas meridianas astronómicas, seis de ellas en el Vaticano. En 1805 había construido un reloj de sol con una campanita para poner en hora el reloj del papa, consiguiendo una precisión incomparable.

En 1817 aprovechó el obelisco vaticano para crear una meridiana que indicara la fecha al mediodía aprovechando la sombra que proyecta hacia el lado norte de la plaza. Sobre el suelo hay inscritas siete placas de mármol que marcan la posición del sol al mediodía en las distintas épocas del año.

Dos discos de la meridiana vaticana. Foto: Paco Bellido

En el extremo más próximo al obelisco se encuentra la marca del solsticio de verano y en el más alejado la correspondiente al solsticio de invierno. Los cinco discos restantes indican el paso del sol por los signos zodiacales correspondientes: Leo-Géminis, Virgo-Tauro, Libra-Aries, Escorpio-Piscis y Sagitario-Acuario El meridiano está cortado por la fuente del lado norte de la plaza.

Marcadores de la meridiana vaticana. Foto: Paco Bellido

Alrededor del obelisco también hay marcada una rosa de los vientos, con los nombres de los 16 vientos según su rumbo. Las placas de mármol muestran al dios Eolo soplando con el nombre de cada viento. Siguiendo los puntos cardinales tenemos hacia el N tramontana, al E levante, al S ostro y al W poniente. Según los cuatro rumbos laterales tenemos al NE greco, al SE scirocco, al SW libeccio y al NW maestro. Los ocho rumbos colaterales restantes toman nombres compuestos según los vientos que tienen al lado.

Libeccio, el viento sudoeste de la rosa de los vientos. Foto: Paco Bellido

En la rosa de los vientos encontramos otra leyenda que tiene a Gilii como protagonista. Uno de los adoquines rojos que hay cerca de la placa correspondiente al viento del suroeste, Libeccio, tiene una curiosa forma de corazón. La leyenda cuenta que es el corazón de Nerón, en otra versión se dice que se trata de una piedra esculpida por Miguel Ángel para recordar un amor desdichado, otros cuentan que el desgraciado enamorado es Bernini. Pero la explicación más aceptada es que, en realidad, no se trata de un corazón: si le damos la vuelta podemos ver una mata de tomates. El padre Gilii, creador de la rosa de los vientos, era un gran estudioso de la botánica que tenía en el Vaticano un jardín donde cultivaba exclusivamente plantas traídas de América. En 1789, había escrito un libro sobre botánica: Observaciones fitológicas sobre algunas plantas exóticas introducidas en Roma. En el libro aparece la descripción del Solanum lycopersicum pyriforme que no es otra que la planta del tomate, descubierto en América del Sur y cultivado en Europa por primera vez en aquella época.

Un corazón de leyenda. Foto: Paco Bellido

El obelisco de Montecitorio

La meridiana vaticana no es la única de Roma que hace uso de un obelisco egipcio. En la plaza de Montecitorio, justo delante del palacio diseñado por Bernini, que en la actualidad acoge la cámara de Diputados italiana, encontramos un obelisco traído a Roma por el emperador Augusto. Recientemente se han instalado en el suelo las marcas que recuperan el uso original como meridiana de este monolito.

El obelisco tiene una inscripción egipcia donde se explica que fue extraído de la cantera por orden del rey Psamético II de la XXVI dinastía. El matemático Novius Facundus lo usó en el Campo Marzio en el año 9 a.C. como gnomon para proyectar su sombra sobre un enorme reloj de sol. Se calcula que medía unos 180 metros de diámetro. La plaza estaba pavimentada en travertino con líneas y letras de bronce inscrustadas. El reloj era impresionante, de hecho, fue el mayor reloj de sol de la Antigüedad y Plinio lo menciona en su Historia Natural.

El obelisco de Montecitorio. Foto: Paco Bellido

Bajo la sacristía de San Lorenzo in Lucina y otro edificio de la via Campo Marzio se han hallado los restos de este reloj de sol.  Se conserva una parte de la línea meridiana con textos en griego. En el lado este de la línea están los signos del zodiaco [ΛΕ]ΩΝ y ΠΑΡΘ[ΕΝΟΣ] (Leo y Virgo), y en el lado occidental los signos [ΚΡΙ]ΟΣ y ΤΑΥΡ[ΟΣ] (Aries y Tauro). También se pueden reconocer algunas inscripciones, como: ΕΤΗΣΙΑΙ ΠΑΥΟΝΤΑΙ (empiezan a soplar los vientos de Etesi) en correspondencia con el paso del Sol entre Leo y Virgo (fines de agosto) y ΘΕΡΟΥΣ ΑΡΧΙ (comienza el verano) hacia el final del signo de Tauro, a finales de mayo.

Mapa del hallazgo arqueológico bajo la cripta de San Lorenzo in Lucina.

El día del equinoccio de otoño, que coincidía con la fecha del nacimiento del emperador Augusto (23 de septiembre), la sombra del obelisco se proyectaba hacia la entrada del Ara Pacis por lo que el reloj también tenía un gran sentido simbólico. El Ara Pacis Augustæ o Altar de la Paz Augusta celebraba las victoriosas campañas de Augusto en Galia e Hispania y la paz que consiguió tras su retorno triunfal.

Maqueta de la ubicación del monolito y el reloj de Augusto

No obstante, cabe señalar que el obelisco no funcionó nunca muy bien como reloj. En el siglo XI fue derribado (o se cayó) y no fue hasta el siglo XVI que volvió a encontrarlo un barbero que cavaba una letrina detrás de su tienda. El barbero esperaba una recompensa por parte del papa Julio II, pero el pontífice no mostró ningún interés, así que volvió a enterrarlo. En 1587, tras el traslado del obelisco vaticano, el papa Sixto V vio la oportunidad de erigir otro. Pero Fontana le explicó que el obelisco de Montecitorio, roto en varias piezas, estaba demasiado dañado para volver a levantarlo, así que los obreros volvieron a enterrarlo. Finalmente, en 1647, durante las obras de ampliación del Acqua Vergine para abastecer las fuentes de la Piazza Navona, el obelisco volvió a aparecer y, en esta ocasión, el jesuita Athanasius Kircher se encargó de inspeccionar el hallazgo. Kircher era una de las personalidades más peculiares de la época, un políglota y polímata que creyó haber descifrado la lengua egipcia. El jesuita explicó al papa que si se demolían las casas sobre las que descansaban los tres grandes fragmentos del obelisco sería posible recuperarlo. El papa tampoco pareció interesado en esta ocasión. Un siglo después, ya en 1748, estos edificios amenazaban ruina y sus dueños decidieron echarlos abajo. En esta ocasión, el papa Benedicto XIV visitó el lugar y decidió recuperar el obelisco, cambiándolo de lugar. Actualmente no se encuentra en la misma ubicación en la que lo instaló el emperador Augusto. En el número 3 de la plaza del Parlamento, situada a la espalda del Palacio de Montecitorio, encontramos una placa con una inscripción en latín donde podemos leer: «Benedicto XIV desenterró con gran gasto y habilidad este obelisco elegantemente inscrito con letras egipcias, traído a Roma por el emperador César Augusto, cuando Egipto había sido puesto bajo el dominio de los romanos, dedicado al sol y erigido en el Campo Marzio para indicar la sombra del sol y la duración de los días y las noches sobre un pavimento con líneas incrustadas de bronce. Roto y volcado por las inclemencias, el tiempo y los bárbaros, sepultado bajo la tierra y los edificios, Benedicto lo transportó a un lugar vecino para el bien público y el apoyo de las letras, y ordenó colocar este monumento para que el antiguo lugar no cayera en el olvido».

Placa que recuerda la ubicación original del monolito del reloj de Augusto. Foto: Paco Bellido

Con el nuevo trazado de la plaza Montecitorio, inaugurada el 7 de junio de 1998, se trazó sobre los adoquines de la plaza un nuevo reloj de sol, en recuerdo del de Augusto, que apunta hacia la puerta de entrada del palacio.

Meridiana de la Plaza de Montecitorio, inaugurada en 1998. Foto: Paco Bellido

La sombra del obelisco, sin embargo, no apunta exactamente en esa dirección, así que la función como reloj de sol se pierde definitivamente pero puede funcionar como meridiana al mediodía para indicar la época del año.

Detalle de los marcadores de la meridiana de la Plaza de Montecitorio. Foto: Paco Bellido

 

 



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Por Paco Bellido, publicado el 21 marzo, 2023
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