Tras el desmantelamiento del observatorio del Collegio Romano y del observatorio del Campidoglio, en Roma no quedaba ningún observatorio astronómico que se pudiera comparar al de otras capitales europeas.
En mayo de 1938, Adolf Hitler realiza su segunda visita oficial a Roma con el objetivo de asegurarse la alianza de Italia durante la guerra. Aprovechando la ocasión, el führer le ofrece a Benito Mussolini un observatorio astronómico completo. Durante los actos oficiales, la comitiva alemana hace entrega de un libro encuadernado en piel con una esvástica dorada en la portada donde se explica que los tres telescopios Zeiss y el resto de instrumentos del observatorio son un regalo del pueblo alemán a la patria natal de Galileo Galilei.
El regalo, no obstante, esconde en realidad un trueque. Hitler quiere que los romanos le cedan el «discóbolo Lancellotti», una estatua romana copia del original griego de Mirón. La estatua había sido descubierta en una propiedad de la familia Lancellotti en el monte Esquilino en 1781 y para los nazis representaba el ideal de perfección de la raza aria. Hitler había querido hacerse con esta estatua a cualquier precio desde antes de los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 para utilizarla como símbolo ante el mundo, de hecho finalmente pudo comprarla a la familia Lancellotti por cinco millones de liras, pero la ley italiana no permitía la exportación de obras de arte de este tipo.
Gracias a las presiones del ministro de Asuntos Exteriores, el conde Galeazzo Ciano, la estatua llega finalmente a Berlín en junio de 1938. Por su parte, la empresa Zeiss inicia en Jena el proyecto de los telescopios: un gran refractor de 65 cm, un astrógrafo doble de 40 cm y una cámara Schmidt de 1 m de diámetro. Al año siguiente se añade a la lista un coronógrafo, un instrumento inventado hacía poco por Lyot y que permitía estudiar la corona solar sin necesidad de esperar a un eclipse. La empresa también se encargó de fabricar las cúpulas metálicas que albergarían los telescopios, además de añadir una serie de aparatos auxiliares (un novedoso instrumento de tránsito, un microfotómetro y un comparador). Según la propaganda fascista, en Roma se iba a instalar «il più grande telescopio d’Europa, e forse del mondo», todo ello a pesar de que en Estados Unidos desde hacía más de 20 años funcionaba un telescopio de 2,5 metros de diámetro en el observatorio del Monte Wilson.
Además del nuevo observatorio situado a 20 km de Roma, existía el proyecto de montar otro observatorio en la propia ciudad, a no mucha distancia del Vaticano. Las cúpulas de Monte Mario son bien visibles desde la cúpula de San Pedro. El ministro de Educación, Giuseppe Bottai, inauguró este observatorio el 28 de octubre de 1938 con equipos de fabricación nacional.
Por su parte, las obras del observatorio más retirado de la ciudad requieren tiempo y los técnicos alemanes se quejan de que la base no se ha hecho correctamente. Finalmente en 1943 la gran cúpula del observatorio de Monte Porzio Catone está montada a la espera del gran refractor de 65 cm, pero el 8 de septiembre se inicia la Resistencia y la invasión nazi de Roma. Un grupo de la Wehrmacht desmonta la cúpula que tanto ha costado montar y la envía de vuelta a Jena.
El 16 de noviembre de 1946, tras la derrota del fascismo, Italia logró recuperar el Discóbolo, junto con otras 38 obras de arte exportadas ilegalmente por los fascistas. También la gran cúpula del Observatorio de Roma fue devuelta a Italia y vuelta a ensamblar en su lugar. Pero los telescopios habían desaparecido, en la actualidad debajo de la gran cúpula de aluminio del observatorio de Monte Porzio Catone solo hay una biblioteca.
Durante la ocupación de la URSS, los nazis habían destruido sistemáticamente todos los observatorios astronómicos soviéticos en los que habían logrado hacerse con el control o que quedaran al alcance de sus bombarderos. Esta destrucción sin sentido tenía cierta lógica aberrante, los nazis consideraban a los demás pueblos subhumanos y, como tales, seres sin derecho a la ciencia y a la cultura. Por tanto, no es de extrañar que cuando el Ejército Rojo llegó a Jena, arramblaran con todos los telescopios que había en la fábrica de Zeiss como compensación por daños de guerra, para reemplazar los instrumentos destruidos por los nazis. El gran refractor de 65 cm terminó en el observatorio de Púlkovo (San Petersburgo), donde todavía se usa para estudios sobre asteroides y cometas, el telescopio Schmidt acabó en Byurakan, donde fue utilizado por el astrónomo Benjamin Markarian para su famoso estudio de galaxias activas y los otros dos telescopios acabaron en otros observatorios soviéticos menores.
Para saber más:
Buonanno, Roberto. Il cielo sopra Roma. I luoghi dell’astronomia. Springer, 2008.
Web del Museo Casa Siviero
Vaya historia sorprendente. No sólo se mueven obras de arte en las contiendas, también telescopios, que por cierto, algunos son obras de arte….