Los constructores de la Antigüedad seguían una tradición que solo daba a conocer sus secretos a iniciados capaces de entender un lenguaje simbólico velado al lego. Castel del Monte es un testimonio de esta tradición hermética.
La región de Apulia, en el tacón de la bota que dibuja el mapa de la península itálica, es una de las más interesantes y menos conocidas del país transalpino. Entre sus joyas destacan lugares como Alberobello, la ciudad de los trulli, construcciones rurales tradicionales sin mampostería con un característico tejado cónico de piedra o Bari, capital de la región y una de las ciudades más importantes del sur de Italia, junto a Nápoles y Palermo. Precisamente en la región de Bari encontramos nuestro destino astronómico de esta entrega.
A 18 km de Andria, en las inmediaciones del pueblecito de Santa María del Monte, se alza la fortaleza de Castel del Monte, un curioso edificio octogonal erigido entre 1240 y 1250 por Federico II Hohenstaufen, quien fuera rey de Sicilia, Chipre y Jerusalén, además de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Ya desde la carretera, a varios kilómetros de distancia, el perfil del castillo destaca claramente sobre el horizonte. El aspecto de la mole de piedra calcárea y mármol construida en estilo gótico cambia notablemente en función del clima y de la altura del sol.
El castillo se levanta sobre las ruinas de un antiguo monasterio benedictino consagrado a Santa María del Monte del que prácticamente no quedan huellas. Las guías suelen referirse a Castel del Monte como un antiguo pabellón de caza real, pero entre los expertos hay muchas dudas sobre su cometido original. Hay quien sostiene que fue una construcción defensiva, a pesar de que es muy diferente a los castillos de esta naturaleza propios de la época, o bien que fue uno de los lugares de residencia preferidos por el rey, a pesar de que el regente se hospedaba habitualmente en Foggia, a unos 80 km de distancia. El arqueoastrónomo italiano Aldo Tavolaro (1923-2012), uno de los estudiosos que más tiempo han dedicado al estudio de Castel del Monte, plantea que la construcción tiene un carácter simbólico innegable y que la astronomía juega, como veremos, un papel fundamental a la hora de descifrar su significado.
Un castillo octogonal
Lo primero que salta a la vista al divisar la fortaleza de Federico II es la presencia ubicua del número ocho, un número mágico en la tradición islámica. Ocho lados, ocho torres octogonales, ocho habitaciones en cada planta… Es esta peculiaridad constructiva y de diseño la que llevó a la UNESCO en 1996 a incluirlo en el Patrimonio de la Humanidad. Como se puede leer en el epígrafe de los motivos para su inclusión en la lista, «El castillo es un ejemplo de arquitectura medieval único en su género. Su emplazamiento, la perfección de sus formas y la precisión matemática y astronómica de su trazado son exponentes del deseo que movió a este soberano a hacer de él un símbolo de sus ambiciosos designios. Castel del Monte es una muestra perfecta de la fusión de las formas arquitectónicas de la Antigüedad grecorromana, el Oriente musulmán y el gótico cisterciense del norte de Europa».
De cada uno de los vértices del octógono exterior nacen ocho torres, también de forma octogonal, en dos pisos. En cada cara del castillo encontramos dos ventanas, las de la planta baja tienen un único arco superior, mientras que las de la segunda presentan dos arcos. El patio central repite la planta octogonal del edificio. Las 16 salas de forma trapezoidal están rematadas por bóvedas góticas de crucero, de influencia francesa. Al segundo piso se accede a través de una escalera de caracol.
El portal, de tradición clásica, encaja armoniosamente con la construcción: arco agudo, columnas sostenidas por leones, un tímpano con cúspide. La entrada está perfectamente orientada hacia el este, cuando el sol sale por el horizonte durante el equinoccio el 21 de marzo y el 23 de septiembre. Los dos leones de la entrada miran hacia lados opuestos, el de la derecha mira hacia la izquierda y viceversa. Y están mirando a los puntos por los que sale el sol durante los solsticios. Esta orientación sigue una antigua tradición de raíces sumerias asociada posteriormente al dios romano Jano, un dios que no tiene equivalencia en el panteón griego y que es la deidad de las puertas, de los comienzos y de los finales. Por ello se solía colocar en las puertas de entrada a las ciudades y en los puentes. A Jano está dedicado el primer mes del año, Ianuarius en latín. La tradición de representar al Jano bifronte, con una cara que mira al futuro y otra al pasado, pasa transformada a los canteros medievales. En la Edad Media ya no es Jano, sino dos juanes. Por una parte, San Juan Bautista (precursor de Cristo) cuya festividad se celebra precisamente durante el solsticio de verano y, por la otra, San Juan Evangelista, autor del evangelio homónimo y del Apocalipsis, que se conmemora en torno al solsticio de invierno. El solsticio de verano, fecha a partir de la cual disminuyen las horas de luz cada día, era llamado janua inferni, la puerta del infierno, mientras que el solsticio de invierno era la janua coeli, la puerta del cielo. Cabe señalar también que para los romanos, Jano era el dios de la iniciación a los misterios y Castel del Monte tiene un claro sentido iniciático, como no podía ser de otro modo atendiendo a su constructor.
Federico II, el asombro del mundo
El rey Federico era nieto de Barbarroja, quedó huérfano muy pequeño y a cargo del papa Inocencio III. Este regente es una de las personalidades más interesantes de la Edad Media por sus cualidades, su carácter excéntrico y su vasta cultura, razón por la que fue conocido en vida como «stupor mundi», el asombro del mundo. En efecto, en una época en la que la mayoría de los regentes eran auténticos analfabetos, el rey Federico hablaba nueve lenguas (entre ellas latín, siciliano, alemán, francés, griego y árabe) y escribía en siete, siendo un poeta alabado por el mismo Dante Alighieri (quien más tarde lo trasladaría al infierno que aparece en la Divina Comedia, concretamente al séptimo círculo, donde penan los herejes). Fundó la Universidad de Nápoles en 1244, la universidad estatal y laica más antigua del mundo.
Federico fue autor de algunos libros, entre ellos un tratado de cetrería considerado el primer libro moderno de ornitología, De arte venandi cum avibus (El arte de la caza con aves). Entre sus afanes, se preocupó por averiguar cuál era la lengua originaria de los hombres, convencido de que se trataba del hebreo. Para ello aisló a un bebé del contacto con el habla, esperando que el niño al hablar por sí solo lo hiciera hablando la lengua original. El experimento no tuvo éxito porque las encargadas de cuidar al pequeño le enseñaron a hablar a escondidas. Las malas lenguas también cuentan que para saber qué pasaba con el alma después de la muerte, hizo asfixiar a un hombre en una tinaja herméticamente cerrada.
Federico II, que paso buena parte de su vida en Sicilia donde mantuvo un contacto muy abierto con el mundo islámico, tuvo constantes altercados con la Iglesia. A pesar de haber conquistado Tierra Santa para la cristiandad sin derramamiento de sangre, fue excomulgado dos veces y tildado de Anticristo.
El castillo en clave iniciática
En vista de la escasez de elementos defensivos y de sus peculiares características arquitectónicas, se ha planteado que Castel del Monte quizás fuera un lugar de retiro para el rey, donde disfrutar de la cetrería y de la observación de las estrellas con sus astrónomos. La corte de Federico II reunía a los principales sabios de su época. Se sabe que el rey mantuvo correspondencia con matemáticos como Leonardo de Pisa, más conocido como Fibonacci, introductor en Europa de la numeración indo-arábiga y en su corte estuvo el astrólogo y alquimista escocés Michael Scot, quien tras aprender árabe en Toledo llegó a ser traductor de Averroes y Avicena. Scot, por cierto, también aparece en la Divina Comedia, en el octavo círculo donde moran astrólogos, hechiceros y falsos profetas.
La tradición pitagórica parece estar muy presente en la construcción. En efecto, en la puerta de entrada podemos encontrar la estrella de cinco puntas, conocida como pentagrama o pentalfa. Uniendo las bases de las columnas tenemos el lado del pentágono donde aparece inscrito el pentagrama, siendo su vértice superior el ángulo del tímpano de la portada. Este símbolo pitagórico del microcosmos probablemente aluda a una representación del hombre, como el famoso Hombre de Vitrubio. El pentagrama está también muy relacionado con el número áureo y fue el símbolo secreto de los pitagóricos.
La circunferencia tiene un radio de 5,50 metros, o lo que es lo mismo, 10 codos sagrados de 55 cm, la unidad de medida que se utilizó para la construcción del Templo de Salomón.
Un elemento curioso es el patio interior del castillo. Llama la atención que los lados del octógono interior son ligeramente irregulares, un detalle al parecer intencionado. Según el detallado análisis de Aldo Tavolaro, los constructores de Castel del Monte ajustaron las dimensiones del patio para dar cabida al cono de la precesión de los equinoccios. Durante la noche del solsticio de verano se puede ver Vega en el cenit del castillo, Vega es una de las estrellas brillantes próximas, junto con la Polar, a este cono. Aunque resulte sorprendente, los antiguos ya conocían el ciclo precesional de 25 776 años, al que llamaron «año platónico» o «gran año».
El número áureo, la famosa relación 1,618 presente en muchos otros edificios medievales, también está presente en el castillo y no solo en la entrada como hemos visto. Si dibujamos los puntos de salida y puesta del Sol durante los solsticios, aparecen cuatro vértices que determinan un rectángulo de proporciones divinas. Es decir, el lado menor multiplicado por 1,618 nos da las dimensiones del lado mayor. Este fenómeno solo ocurre en la latitud de Castel del Monte. Y este rectángulo áureo es el que se toma como base para la construcción de los octógonos: dos rectángulos áureos que siguen la dirección norte-sur y este-oeste y otros dos en sus diagonales. Por si fuera poco, utilizando la unidad bíblica del codo sagrado, encontramos que el lado del octógono son 40 codos. El número 40 es otra cifra mágica que aparece en repetidas ocasiones en la Biblia. Según la tradición judía, y después cristiana, el 40 simboliza el tiempo de la espera, la penitencia, la expiación y la purificación. 40 son los días de la Cuaresma cristiana, el período que Jesús pasó en el desierto de Judea. Según la interpretación cabalística 10×4 significa Dios en la tierra.
Tavolaro también ha planteado que las dimensiones del castillo siguen las de las sombras proyectadas por un gnomon de 20,5 metros (la altura original de la pared del patio) a lo largo del año, durante las fechas de los equinoccios y los solsticios. La vinculación del recorrido del Sol y la arquitectura de Castel del Monte parecen innegables. Este carácter astronómico, su perfecta geometría y su simbolismo no parecen acordes ni para una guarnición de soldados ni para un refugio de caza. Desde que se accede por la puerta principal, el diseño del castillo obliga a seguir un recorrido específico si se pretenden visitar todas las estancias, una disposición que recuerda mucho a los «recorridos iniciáticos» que encontramos en otros edificios esotéricos. Castel del Monte es un libro en piedra para iniciados, seguidores de una antigua tradición de constructores que se remonta a Egipto, capaces de entender los secretos ocultos en el simbolismo de su trazado.
Bibliografía:
GARCÍA BLANCO, Javier. Ars Secreta, claves ocultas y simbología hermética en el arte. Espejo de tinta, 2006
TAVOLARO, Aldo. Il sole architetto a Castel del Monte. Revista Apulia, 2000
ESTEBAN LORENTE, Juan E. Tratado de iconografía. Istmo, 2002
Muy buen articulo, …solo conocia este castillo por alguna imagen. Me alegro que se conserve tan bien.